El señor cascarrabias anda por las américas y me ha dejado las llaves para que le riegue las macetas... las cintas preciosas, los potos están que se salen y los geranios reventones. Después de golismear entre las cremitas del romi y de picotear en su nevera le voy a dejar escrito un cuentecito sufí que le tenía prometido. Te lo adapto a mi manera porque ya no sé de dónde lo saqué y son de esas historias que uno hace tan suyas que juraría que la escribí yo...
La cosa es que la asamblea de ratones de uno de esos países imaginarios donde los animales prosopopeyan, decide escalar el tarro de miel para acabar con la hambruna. Subir está difícil y el reto es demasiado grande para unos pequeños ratoncitos... la manada de ratones hambrientos rodea el tarro, uno tras otro salta, se agarra y resbala tarro abajo para caer encima del que intenta subir de primeras. Uno tras otro cae maldiciendo y sollozando por la pendiente y la dureza del camino. ¡Imposible! gritan al caer desalentando a los demás, a los que esperan su oportunidad y que se desmoralizan propagando las voces de desánimo. Cada vez quedan menos ratoncitos intentándolo, presas de la dificultad y del desaliento general... Todos desisten menos uno, que sigue saltando ignorando a sus compañeros, una y otra vez repite ignorando sus burlas. Calcula su salto y reintenta, su mirada puesta en el filo... una y otra vez resbala y repite, tropieza y prosigue. Para sorpresa de todos en uno de sus saltos consigue subir al tarro. Silencio. Pasó un ángel entre los ratoncitos perplejos que boquiabiertos lo miran quitar la tapa y volcar la miel. Se desató la euforia general y todos gritaban contentos: ¡¡¡Viva el sordo!!!!
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